EL SAPITO Y LA RANITA

Después de recorrer medio mundo, una noche de luna llena, el dulce, solitario y triste sapito, decidió salir de aquella turbia charca y seguir su camino en busca de su amada ranita. De estar saltando toda la noche de aquí para allá, decidió tomarse un descanso y refugiarse en el bolsillo de una pequeña mochila abandonada en medio del camino. Lo que no sabía, es que había entrado en una mochila muy especial. Con ojos legañosos, el sapito decide salir del bolsillo para continuar su aventura. Cual fue su sorpresa al ver que se encontraba en medio de un tumulto de gente en medio del asfalto. Aturdido, empezó a saltar y a saltar sin parar, esquivando a uno y a otro para evitar ser aplastado por aquellos gigantes. En un último esfuerzo, hizo un gran salto y consiguió agarrarse a unos de los cordones de unos inmensos zapatos. No duró mucho tiempo, ya que de una enorme sacudida, salio disparado hacia unas escaleras muy cercanas de aquella inmensa plaza. Medio magullado, bajó lentamente las escaleras, luchando con un inmenso viento caliente huracanado que desprendía aquel túnel subterráneo. Un niño que en ese momento bajaba hacia el metro, encontró al sapito medio asfixiado por el enorme esfuerzo que había hecho y lo rescató. Como un rey, el sapito iba encima de la palma de la mano de su nuevo amigo. Alucinado, no paraba de mirar todo aquello que se movía. Un enorme estruendo, anunció la llegada del convoy. Protegido por las manos de su salvador, cogieron el metro a un rumbo desconocido. De repente, en medio de aquel tumulto de gente, el sapito vio aquellos ojos tan especiales de su amada. Aquella mirada tan dulce, nunca la había olvidado. Al verla, notó aquel cosquilleo en la barriga, que durante muchos años estuvo apagado. Inmediatamente, y sin pensárselo, saltó y saltó entre las cabezas de la gente, provocando algún que otro grito entre los pasajeros, hasta llegar al lado de su amada. Mientras tanto, su ranita, estaba tan abstraída leyendo La Vanguardia, que no se percataba de lo que estaba sucediendo a su alrededor. El sapito, tenia que hacer algo para llamar la atención de ella y poder llegar a su corazón. Así, que armado de valor, empezó a subir por aquella barra resbaladiza hasta llegar a su asiento. Agotado, dio su último salto, que le llevó a lo alto de la cabeza, y deslizándose por su cabello negro liso, consiguió caer en medio de la hoja del periódico que estaba leyendo. En ese momento, la ranita sonrió, sus ojos empezaron a vidriarse, el corazón del sapito, no daba abasto de tantos latidos que tenia. No podían dejar de mirarse, deseaban que se parara el tiempo, pero el tiempo corría, y el sapito sabía que aquella era la última vez que veía a su ranita, ya que su amada, se había convertido en una princesa, y él, simplemente era un pequeño y feo sapito. De repente, la ranita, en un acto de amor, acaricia a su sapito y lo acerca para besarle. Justo en el momento, que sus labios se juntaron, la princesa se convirtió en ranita. El sapito no  podía creer lo que estaba sucediendo, después de tantos esfuerzos y años buscando a su ranita, por fin la encontró. La gente del vagón, se quedó atónita, viendo aquel espectáculo. En unas de las paradas, los dos enamorados, salieron, y se pusieron en marcha en busca de su charca. En uno de los pasillos del metro, encontraron abandonada la mochila mágica. Entraron en el bolsillo, y los dos abrazados, se quedaron dormidos. Al cabo de unas horas, el canto de los grillos despertó a los dos tortolitos. Contentos, llegaron a su nuevo hogar, donde fueron felices durante el resto de sus vidas.

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