LA LECHUGA Y LA ENSAIMADA
Un triciclo motorizado de carga, aparcado justo delante, presidía lo que fue en su día una tienda de alimentación de frutas y verduras en pleno corazón del barrio de la Barceloneta. Abastecía a numerosos restaurantes y barcos que anclaban en el puerto de Barcelona. Cuando llegaba los sábados, siempre me acercaba a la tienda que regentaban mis tíos. De pequeño me subía a la moto-triciclo que utilizaban para ir al Mercado Central para jugar. Me encantaba estar en la tienda y despachar sobre todo a las señoras Marías del momento: -“Nen, posa'm 1 quilo de patates i mig de pastanagues....”- y el nen, rápidamente cogía una bolsa, cogía las patatas y venga, a pesarlas en aquella enorme balanza. La fiesta venía cuando algún cliente necesitaba alimentos congelados. Cuando levantaba el enorme arcón congelador, una enorme ráfaga de frescor me invadía mientras observaba las inmensas bolsas de ensaladilla rusa. Luego me iba detrás del pequeño mostrador, para cobrarles mientra observaba como mi tía Pepi cortaba finísimas lonchas de aquel enorme queso mientras que mi tío Jordi, pasaba de un lado para otro con la carretilla trayendo y reponiendo género. Muchas veces me iba con mi tío a Mercabarna de madrugada para ayudarle a la carga, eso sí, ya con una enorme furgoneta DKW repleta de cajas de madera.Al llegar al "Borne" (como le llamaban antes), me impresionó, era como una ciudad rebosante de gente. Carretillas por aquí, carretillas por allá, furgonetas a tope de género, en fin todo un mundo, y lo bueno que casi todo el mundo se conocía. Luego llegábamos al almacén que había en la esquina de la calle para descargar todo el producto y preparar la furgoneta para el fin de semana ya que toda la familia se reunía para irnos de excursión. Esos viajes eran toda una fiesta, habían hasta 15 personas dentro, al cual, mas cachondo. Cuando el tío Vicente, explicaba un chiste, las tres "hermanas Sisters" se reían como hienas salvajes, lo que hacía que todos se contagiaran.

En los años posteriores pasé de las verduras a la bollería. Vicente trabajaba por las noches haciendo "pastetas" en un horno del Poble Nou. En verano, muchas noches me levantaba de madrugada y me iba a la bollería para ayudarle en el reparto. Al entrar al local, una bocanada de calor producida por los hornos te asfixiaba, pero era compensado con ese dulce aroma de las pastas recién hechas. Vicente se encargaba entre otras cosas de hacer los "xuxos de crema", era admirable todo el proceso de elaboración y ver toda aquella masa como se convertía en croisants, ensaimadas, palmeras.etc. Mientras la minúscula radio amenizaba a todos los trabajadores de la bollería, yo iba preparando el producto para repartir y poniéndolo en cajas. Antes de que saliera el sol, ya teníamos la furgoneta cargada, pero antes, teníamos que ir a desayunar. A esas horas, nos poníamos las botas con la comida. Que si unos callos, unas "mongetes", unas butifarras, un café. Ya teníamos fuerzas para seguir adelante. De mercado en mercado, de bar en bar, nos recorríamos toda Barcelona de punta a punta. Cuando el sol hacía acto de presencia y la gente se quitaba las legañas , era el momento de nuestro retiro, eso sí, sin perdernos otro gran desayuno.
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