LA MILI



De un día para otro, me encuentro en un tren borreguero cargado hasta los topes, militares. Mi primer destino, Córdoba. ¡¡Menudo viaje!!, no paraban de entrar vendedores ambulantes ofreciéndome de todo, y más de lo que uno se puede llegar a imaginar. Al cabo de 12 horas, ya nos estaban esperando como "Hienas salvajes" en la estación. A toques de silbatos y gritos, ya estábamos en un "plis-plas" en formación. Uno de los mandos empezó a recitar todas las normas, todo estaba prohibido, sobre todo la droga o similares, en ese  empecé a acojonarme. Tan inocente era yo, que no se me ocurre nada más que levantar la mano para preguntar, ya que llevaba un antibiótico para la gripe, y pensé, a ver si esto me va a dar problemas.... ¡¡Madre mía!!, todavía veo la cara del sargento preguntándome: ¿Que coño quieres....? En ese momento, empezaron mis piernas a  temblar a lo “saltimbanqui”, y  mi saliva se secó al momento, ¡¡Empezaba bien mi primer día!!
El día a día, hace que te acostumbres a todo: horarios, instrucción, deporte... bueno, a casi todo no. Cuando pasé por primera vez a la "pelu", me sentí como una oveja cuando le están trasquilando, parecía el Holocausto, todos sin pelo, en calzoncillos, solo nos faltaba la "ducha especial".
Llegó el día que todos esperábamos: “las vacunas”. Uno, que ya está acostumbrado a todo lo que le echen, y con un "par", me puse a la cola a pleno sol. Después de casi una hora de espera, llegó el momento. Me estaban esperando 2 soldados, uno en cada lado, provistos de una aguja cada uno, que en un segundo las clavaron en cada brazo. Seguí andando, y después de un buen rato, llegué a las otras dos personas que me estaban esperando, provistas de inmensas jeringas llenas de medicamento, (a mi me lo parecieron), que a su vez me inyectaron. Sentí como si me metieran el diablo dentro de mi, ¡¡no veas lo que quemaba aquello”, parecía salfumán.
Una vez realizada toda la operación, una voz celestial, me dijo: "Listo, ya puedes continuar", y tanto que continué. A los pocos metros, noté como "un subidón bestial", la cara se me congeló, mis piernas parecían las de un ternero recién nacido, hasta que una luz fumigadora, hizo de colofón final, para caer al suelo como un elefante mal herido. Solo recuerdo haber abierto los ojos y encontrarme dentro del barracón, fue como una abducción.
Después de hacer la instrucción, a los tres meses llegó la jura de bandera, (aquellas cosas que se hacían antes).
 Mi próximo destino fue Mérida, eso ya eran palabras mayores, pasaba de recluta a ser soldado. Después de unos días de merecido descanso en casa, volví a coger la Renfe, esta vez solo, para reanudar la segunda etapa del servicio militar obligatorio. Con lo inteligente que soy, no se me ocurrió nada más que llegar a las cuatro de la tarde, cuando hubiera podio entrar a las doce de la noche. ¡¡Ay, Moncheta, no aprenderás nunca!!. Al subir por la escalera de la compañía, ya se escuchó: "¡¡Atentos, novato a la vista!!", creo que mis calzoncillos todavía huelen de lo cagado que estaba. Presentaciones por aquí, por allá,  y …"menudos pintas habían". Tenía al "bisa mayor" (el más veterano de todos), todo el rato a mi lado, que no paraba de gritarme en la oreja: ¡¡ba,ba,ba,ba,ba!!, imaginaros con una voz totalmente desbocada y carrasposa. Este acto lo estuve acarreando dos meses, hasta que se licenció la criatura. Me tocó invitar a cervezas a casi todos los de mi departamento, menos mal, que en la cantina las cervezas eran súper baratas. A la noche, ya llegaron los demás compañeros que se salvaron de la mayoría de novatadas. Eso sí, a mi ya me presentaron como el "Novato Mayor". La noche fue un poco movida, flexiones por aquí, collejas por allá, etc.
 Poco a poco me fui integrando, y en muy poco tiempo, formamos un grupo de amigos muy potente. Varios tocábamos la guitarra, otros cantaban, en fin, que no me aburrí nada durante un año.  Por suerte, me tocó ser el chofer del comandante, que por cierto era de Mallorquín y era el único que me hablaba en catalán, cosa que ponía de pelos de punta a más de un mando. Por cierto, en una guardia de cuartelero, estaba escribiendo una canción en catalán, y un sargento, me prohibió escribir en ese idioma y me rompió la canción que estaba componiendo, por eso, cada vez que el comandante me hablaba delante de él, disfrutaba como un camello. Toda la “colla” de amigos, cogimos un piso para poder pasar el fin de semana fuera del cuartel, ya que la mayoría, por distancia no podíamos ir a casa. Eso provocó una fuerte amistad con mis compañeros. El piso, más bien un "cuchitril", estaba en las afueras de Mérida, para evitar ser visto por los altos mandos, ya que antes estaba prohibido. Tenía mis trucos para salir, ya que pedía permiso para ir a Madrid, pero en realidad, me quedaba en Mérida.
Cada mañana antes de comer, nos íbamos a la cantina y pedíamos una caja de cerveza, que entre tres, se fulminaba al momento, sobre todo en verano. Por las tardes cuando salíamos de paseo, casi siempre terminábamos en el único pub que había abierto. A la noche, cuando estábamos en formación para pasar lista, había que hacer esfuerzos, para aguantar el equilibrio después de varios "cubatas". Guitarra en mano antes de dormir, montábamos una fiesta cada noche, incluso el mando de guardia se unía. Se montó un festival el día de la fiesta mayor, y nosotros actuamos en el teatro de Mérida. Canciones como "Pongamos que hablo de Madrid", "Que será", "Perfidia", entre otras, fue el repertorio que presentamos ante el público local, éxito asegurado. Aquello les gustó a los mandos, y "venga", animar siempre las fechas señaladas (Navidad, Fuerzas armadas, etc.).
Mi misión, cada día desde primera hora de la mañana, hasta después de la comida, era poner a punto el coche del comandante, es decir, pasar un trapo, mirar el aceite y esperar. En uno de los viajes con el comandante, fue llevarlo a Badajoz a realizar unas gestiones en otro cuartel. A mitad del camino, me hizo parar para tomar un café en un área de servicio. Metralleta en mano con bala en la recámara, detrás de él, siguiéndole en todos su pasos, incluso en el lavabo, fue una situación un poco delicada, yo naturalmente me quedé sin café.
Pasaron los meses, y llegué a ser el "Bisa Mayor", pero con que soy de buena fe, no repetí lo que me hicieron a mí. Un mes antes de acabar el servicio militar, Encarna, una de las chicas que siempre estábamos con ellas en el Pub, se me declaró. !! Ay, fill meu!! Que bien me fue, ya que salía de una ruptura amorosa. Gracias a ella y a todos mis compañeros, me levantaron del un pozo sin fondo por el que estaba pasando en ese momento.
El 14 de Febrero día de los enamorados, me licencié, como siempre las despedidas fueron muy duras, eso sí, yo me quedé unos días más en Mérida para estar con una buena amiga.
A pesar de haber pasado unos cuantos años desde aquel día, no olvidaré todos esos momentos compartidos con Pedro, Fernando, Sánchez Galán, Pumar, Estaire, Alfredo y un puñadito más.




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